Por: Transeúnte

Los habitantes de Nuevo León recordamos entre escalofríos aquellos años aciagos de hace una década, cuando el aire se volvió irrespirable, a causa de la violencia que sumergió en una piscina de sangre a la comunidad.

Se recuerda con mucha angustia cómo había balaceras diarias en espacios públicos, y como el crecimiento de la delincuencia organizada provocó bloqueos en las calles, incendio de automóviles y ataques indiscriminados contra la población inerme. Muchas personas murieron por balas perdidas, o por ejecuciones para desestabilizar a la autoridad.

Ahora comienza a calentarse el horno de la inseguridad de nuevo en la entidad. Hemos empezado a escuchar desde el año pasado, cada vez con más frecuencia, noticas de enfrentamientos entre criminales o desafío a balazos a las fuerzas del orden.

Es cierto que la Secretaría de Seguridad Pública publica abundante información sobre el arresto de capos, en la zona rural, pero las reglas de la sociología son inalterables, y una de ellas señala que no existe vacío de poder. Si detienen a un líder delincuencial, otro lo sustituirá.

Quién sabe cómo se puede contener esta escalada de balazos que amenaza con migrar del campo a la ciudad. Ojalá los que se encargan de la seguridad del estado lo sepan y actúen a tiempo.