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Por: Transeúnte

 

 

Cada mañana cuando salgo de casa a las 7:00 horas, siento que el aire de Monterrey está espeso, que el día está sucio y, si no hay lluvia, la ciudad amanece con un recubrimiento de polvo o de algún producto químico que expulsan las chimeneas.

 

La contaminación del aire está sin control. No hay autoridad que pueda vigilar los centenares de factorías que hay en la zona metropolitana de Nuevo León. Apenas andan en la calle un par de inspectores que no pueden hacer más que amenazar a un par de empresas que les son asignadas por día, pero no pueden hacer nada contra un monstruo que engulle cotidianamente la vida comunitaria.

 

Las autoridades se pasan la culpa. Que el municipio debe hacer inspecciones, que el estado debe verificar el funcionamiento de las chimeneas, que la Federación debe verificar que estén certificadas las fábricas. Lo cierto es que la atmósfera podrida que nos metemos a los pulmones se lleva de a pocos nuestra vida saludable.

 

No lo vemos, pero las partículas tóxicas se nos acumulan en la sangre. Con el paso de los años el daño que nos ocasionan es de consideración.

 

Y pensar que hay bebés que crecen acostumbrados a respirar veneno.

 

Ojalá se pudiera revertir la tragedia diaria. La clave está en destinar presupuesto para la vigilancia. Y, por supuesto, la conciencia decente de los empresarios.

 

 

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