1.- El Contraste
Para llegar a tener momentos realmente placenteros, no podemos planear que nuestra vida incluya nada más que ratos buenos o divertidos. El placer es como la belleza: depende de contrastes. Una mujer que quiere llamar la atención con su vestido de terciopelo negro, si es inteligente, no se parará delante de una cortina negra, sino contra un telón de fondo blanco. Ella quiere que el contraste la haga resaltar. Los fuegos artificiales no nos deleitarán si los prendemos contra un fondo de fuego o en el pleno resplandor del sol del mediodía; para brillar plenamente necesitan de la oscuridad. Los lirios nos encantan porque sus pétalos, sorprendentemente, se abren sobre las aguas de sucios estanques. El contraste es siempre necesario para ayudarnos a ver cada cosa más vívidamente.
El placer, siguiendo este mismo principio, se disfruta mucho más cuando nos sorprende como un regalo inesperado, en medio de experiencias no tan agradables. Por tanto, cometeríamos un gran error si tratáramos que todas nuestras noches fueran noches de fiesta. No disfrutaríamos tanto la cena de Navidad si todos los días cenamos pavo. La víspera de Año Nuevo no nos deleitaría si el mismo alegre bullicio sonara a medianoche todas las noches.
La alegría también requiere del contraste y lo mismo ocurre para gozar las situaciones divertidas. Por ende, nuestro disfrute de la vida puede incrementarse enormemente si seguimos el precepto espiritual de practicar la mortificación y la negación de sí mismo, en nuestras vidas. Esta práctica nos salva del hastío y de no perder el gusto y la alegría de vivir. Las cuerdas del arpa de nuestras vidas nunca deben estar desgastadas y flojas, por haberlas halado demasiado hasta hacerlas quedar fuera de tono; al contrario, debemos mantenerlas siempre tensas para ayudarlas a conservar su armonía.
2.- La Perseverancia
El placer se profundiza y perfecciona cuando ha sobrevivido momentos de depresión o de dolor. Esta ley nos ayuda a lograr que nuestro preciado placer dure para toda la vida. Para ello, hay que perseverar en todo lo que hacemos hasta conseguir nuestra recompensa. Uno disfruta mucho más de escalar una montaña después de superar el primer momento de desánimo. Uno se interesa más en realizar bien un trabajo cuando vence el primer impulso de abandonarlo.
De la misma manera, los matrimonios se vuelven más estables sólo después de que alguna desilusión pone fin a la luna de miel. El gran valor de los votos matrimoniales se prueba cuando la pareja se mantiene unida durante la primera pelea; cuando persisten a través del primer período de resentimiento, hasta conseguir la recompensa de la verdadera felicidad de estar juntos.
Las alegrías del matrimonio, como todas las grandes alegrías, nacen de un poco de dolor. Así como hay que romper la nuez para saborear su dulce fruto, así mismo en la vida espiritual, la cruz debe ser el preludio de la corona.
3.- Templanza
El placer es un producto secundario, no el verdadero premio. La felicidad debe ser la dama de honor, no la novia. Muchas personas cometen el gran error de apuntar directamente a conseguir el placer, olvidándose de que el placer proviene sólo del cumplimiento de algún deber o de la obediencia a una ley, ya que el hombre y la mujer están obligados a obedecer las leyes de su propia naturaleza, de la misma forma que deben obedecer las leyes de la gravedad. Un niño tiene placer al comerse un helado porque está cumpliendo con una de las “obligaciones” de la naturaleza humana: comer. Pero, si come más helado de lo que permiten las leyes de su propio cuerpo, no obtendrá el placer que busca, sino el sufrimiento de un dolor de estómago. Por lo tanto, si buscamos el placer, desatendiendo la ley, lo perdemos.
Con información de The Catholic Gentleman.