Baste echar un vistazo a las redes sociales y medir lo que los expertos digitales denominan “sentimiento de la conversación” y que quizás en estas fechas sea un reflejo fiel de lo que vivimos los mexicanos (posiblemente todos los terrícolas) entre la víspera de las fiestas decembrinas, las tragedias de la pandemia, la cercanía del fin de año y todo lo que ello puede provocar en nuestro estado anímico.
De hecho, al tratar de elegir el tema de esta colaboración, la última del 2020, pensando que mis lectores primarios esperan un texto alentador en los procesos de desarrollo humano, incluyendo la recuperación de las adicciones, la codependencia y otros trastornos obsesivo-compulsivos, mientras escuchaba música navideña de visita en la casa paterna, recibí la mala noticia de otra víctima mortal del Covid19 con quien tenía cercanía, en esta ocasión un compañero periodista de Monterrey.
Mi propio estado anímico cambió y me llevó a un momento reflexivo de lo que enfrentamos en estos momentos que en nuestros usos y costumbres solían ser de alegrías plenas y que ahora, de cara a la pandemia, nos trae momentos dolorosos, pérdidas, muerte y, en el menor de los casos, preocupación por el aumento de contagios en las grandes ciudades y el descubrimiento de una nueva cepa en Gran Bretaña.
Imposible pensar en el anual “Merry Christmas” o “Happy Holidays” cuando hay hogares que estarán de luto o con algún familiar en el hospital en estas fechas.
Y tampoco podemos pasar por alto estas fechas tan significativas para grandes sectores de la población, que, si bien en la nueva normalidad, deberemos vivir con responsabilidad, privilegiando la salud y la vida, también son ocasión para la renovación y la reflexión personal, familiar y comunitaria.
Debemos ser prudentes y solidarios con quienes sufren, responsables con nosotros mismos y con nuestros semejantes, así como seguir aprendiendo, con todo y sentimientos encontrados, las lecciones que a toda la humanidad nos ha traído este letal virus y sus consecuencias.
Me sigue causando extrañeza cuando leo pésames, en cuyos convencionalismos se le desea a la familia pronta resignación. ¿Por qué habría de resignarse alguien que ha perdido a un familiar? Mejor vivir un duelo completo y llegar a la aceptación y la paz, sin brincarse ninguna de las etapas de este proceso que es parte de la vida.
Condolerse con el otro es mejor que desearle resignación, creo yo, respetando las expresiones de cada quien.
Y pensando en quienes estamos enviando algún detalle navideño a nuestra gente cercana o alguna tarjeta por la temporada, me parece que es una buena sutileza, pensando en el dolor ajeno, cambiar el “felicidades” por “nuestros mejores deseos” y las fiestas por la paz y armonía.
En algún artículo pasado, al inicio de la pandemia, recuerdo haber escrito que este año debería hacernos tocar fondo como género humano y comenzar un proceso completo de reconstrucción a quienes tenemos la bendición de seguir adelante.